Es el postre tradicional
por excelencia junto con las filloas en la época de carnavales y después de un buen
cocido o un lacón con grelos. Este postre tiene su origen en la Maragatería, en
la provincia de León y en el Monasterio de Santa Clara de Astorga.
Este Monasterio fue
creado en el año 1258 por orden el Papa Alejandro IV para acoger a un grupo de
Hermanas Clarisas de Salamanca con intención de instalarse en esa ciudad.
Como en la mayoría de
los conventos y monasterios, la cocina era sencilla y con productos cosechados
por las mismas monjas o monjes. Sus recetas se traspasaban de un lugar a otro cuando
recibían visitas o miembros de otra localidad, pero en cada zona o región mantenían
(y lo siguen haciendo) sus platos típicos.
Actualmente existen
distintas versiones de este postre y como en la mayoría de las recetas cada
cual las adapta a su gusto personal.
Era un postre típico de
Cuaresma ya que no se podía comer ningún tipo de carne, y coincidiendo esta
época con los aprovechamientos de la matanza del cerdo, se usaba la manteca
para su elaboración, en la actualidad se aromatizan con limón, naranja o
mandarina y también se sustituye la manteca por mantequilla.
Ingredientes.
Por cada huevo:
1 cucharada de manteca
de cerdo
1 vaso de vino blanco
1 copa de anís
4 cucharadas de levadura
1 pizca de sal
Harina la que absorba
Azúcar al gusto
Aceite de oliva v.e. suave
para freír. En su origen se usaba grasa de cerdo.
Elaboración.
Batimos los huevos con la sal y la manteca hasta que esta quede
bien deshecha, añadimos el vino, el anís y la levadura, continuamos batiendo
hasta ligarlo bien y vamos integrando la harina tamizada poco a poco. Amasamos con
las manos hasta que la masa no se pegue a los dedos. Dejamos reposar tapado 1
hora.
Extendemos pequeñas porciones de masa sobre una superficie de mármol
previamente engrasada con aceite y von un rodillo de madera también engrasado
vamos extendiendo hasta conseguir que nos quede lo más fina posible (esto es
muy importante ya que después crecen mucho), cortamos con un cuchillo dándole forma
de oreja de cerdo y freímos en abundante aceite caliente.
Retiramos a una fuente con papel absorbente y espolvoreamos con
azúcar al gusto.